domingo, 14 de noviembre de 2010

DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA


La Eucaristía, además de sacramento, es también el sacrificio perenne de la nueva ley dejado por Jesucristo a su Iglesia para ser ofrecido a Dios por mano de los sacerdotes.

El sacrificio en general consiste en ofrecer una cosa sensible a Dios y destruirla de alguna manera en reconocimiento de su supremo dominio sobre nosotros y sobre todas las cosas.

Este sacrificio de la nueva ley se llama la santa Misa.
La Santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y vino en memoria del sacrificio de la Cruz.

El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo Jesucristo que se ofreció en la Cruz es el que se ofrece por mano de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares; mas, cuanto al modo con que se ofrece, el sacrificio de la misa difiere del sacrificio de la Cruz, si bien guarda con éste la más íntima relación.

Entre el sacrifico de la Misa y el de la Cruz hay esta diferencia y relación: que en la Cruz, Jesucristo se ofreció derramando su sangre y mereciendo por nosotros, mientras en nuestros altares se sacrifica Él mismo sin derramamiento de sangre y nos aplica los frutos de su pasión y muerte.
La otra relación que guarda el sacrificio de la Misa con el de la Cruz es que el sacrificio de la Misa representa de un modo sensible el derramamiento de la sangre de Jesucristo ne la Cruz; porque, en virtud de las palabras de la consagración, se hace presente bajo las especies del pan sólo el Cuerpo, y bajo las especies del vino sólo la Sangre de nuestro Redentor; si bien, por natural concomitrancia y por la unión hipostática, está presente bajo cada una de las especies Jesucristo vivo y verdadero.

El sacrificio de la Cruz es el único sacrificio de la nueva ley, en cuanto por él aplacó el Señor la divina justicia, adquirió todos los merecimientos necesarios para salvarnos, y así consumó de su parte nuestra redención. Mas estos merecimientos nos los aplica por los medios instituidos por Él en la Iglesia, entre los cuales está el santo sacrificio de la Misa.



El sacrificio de la Santa Misa se ofrece a Dios para cuatro fines: 1º para honrarle como conviene, y por eso se llama latréutico; 2º para agradecerle sus beneficios, y por esto se llama eucarístico; 3º para aplacarle, para darle alguna satisfacción por nuestros pecados y para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio, por lo cual se llama propiciatorio; 4º para alcanzar todas las gracias que nos son necesarias, y por esto se llama impetratorio.

El primero y principal oferente de la santa Misa es Jesucristo, y el sacerdote es el ministro que en nombre de Jesucristo ofrece el mismo sacrificio al eterno Padre.

El sacrificio de la santa Misa lo instituyó el mismo Jesucristo cuando instituyó el sacramento de la Eucaristía y dijo que se hiciese en memoria de su Pasión.

La santa Misa se ofrece a sólo Dios.

La Misa que se celebra en honor de la Santísima Virgen y de los Santos es siempre un sacrificio ofrecido a sólo Dios; se dice, empero, que se celebra en honor de la Santísima Virgen y de los Santos, a fin de agradecer a Dios las mercedes que les hizo y alcanzar de Él por su intercesión más copiosamente las gracias de que tenemos necesidad.

Toda la Iglesia participa de los frutos de la Misa, pero en particular: 1º el sacerdote y lo que asisten a la Misa, los cuales se consideran unidos al sacerdote; 2º aquellos por quienes se aplica la Misa, que pueden ser así los vivos como los difuntos.

Para oír bien y con fruto la santa Misa son necesarias dos cosas: 1ª modestia en el exterior de la persona; 2ª devoción del corazón.

La modestia de la persona consiste de un modo especial en ir modestamente vestido, en guardar silencio y recogimiento y en estar cuanto sea posible arrodillado, excepto el tiempo de los dos evangelios, que se oyen en pie.
La mejor manera de practicar la devoción del corazón mientras se oye la santa Misa es la siguiente: 1º Unir desde el principio nuestra intención con la del sacerdote, ofreciendo a Dios el santo sacrificio por los fines para que fue instituido. 2º Acompañar al sacerdote en todas las oraciones y acciones del sacrificio. 3º Meditar la pasión y muerte de Jesucristo y aborrecer de corazón los pecados que fueron causa de ella. 4º Hacer la comunión sacramental o, a lo menos, la espiritual, al tiempo que comulga el sacerdote.
Comunión espiritual es un gran deseo de unirse sacramentalmente a Jesucristo, diciendo, por ejemplo: Señor mío Jesucristo, deseo con todo mi corazón unirme a Vos ahora y por toda la eternidad, y haciendo los mismos actos que preceden y siguen a la comunión sacramental.
Es loable rogar también por otros mientras se asiste al santa Misa; antes bien, el tiempo de la Santa Misa es el más oportuno para rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Acabada la Misa debemos dar gracias a Dios por habernos concedido asistir a tan gran sacrificio y pedir perdón por las faltas que hubiésemos comteido al oírla.

* Del Catecismo Mayor de San Pío X

No hay comentarios:

Publicar un comentario