jueves, 29 de diciembre de 2011

Carta del Cardenal Ranjith dirigida a los participantes de la vigésima asamblea de la Federación Internacional Una Voce


 
 "Quiero expresar en primer lugar, mi agradecimiento a todos ustedes por el celo y el entusiasmo con el que promueven la causa de la restauración de las verdaderas tradiciones litúrgicas de la Iglesia.

Como ustedes saben, es la adoración la que aumenta la fe y su realización heroica en la vida. Es el medio con el que los seres humanos se elevan al nivel de lo trascendente y eterno: el lugar de un encuentro profundo entre Dios y el hombre.

Por esta razón, la Liturgia nunca puede ser creada por el hombre. Porque si adoramos a la manera que queremos y establecemos las normas nosotros mismos, entonces corremos el riesgo de recrear el becerro de oro de Aarón. Tenemos que insistir constantemente en la adoración como la participación en lo que Dios mismo hace, de lo contrario corremos el riesgo de involucrarnos en la idolatría. El simbolismo Litúrgico nos ayuda a elevarnos por encima de lo que es humano a lo que es divino. En este sentido, es mi firme convicción de que el Vetus Ordo representa en gran medida y de la manera más satisfactoria, que llaman mística y trascendente, para el encuentro con Dios en la liturgia. Por lo tanto ha llegado el momento para nosotros de, no sólo renovar la nueva liturgia a través de cambios radicales, sino también de alentar más y más la vuelta del Vetus Ordo, como un camino para una verdadera renovación de la Iglesia, que fue la que los Padres de la Iglesia,sentados en el Concilio Vaticano Segundo, tanto desearon.

La lectura cuidadosa de la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilum, muestra que los cambios introducidos en la Liturgia más tarde, nunca estuvo en la mente de los Padres del Concilio.

Por lo tanto ha llegado el momento para que seamos valientes en trabajar por una verdadera reforma de la reforma y también en un retorno a la verdadera liturgia de la Iglesia, que había desarrollado a lo largo de su historia bi-milenaria en un flujo continuo. Deseo y rezo para que suceda.
 
Que Dios bendiga sus esfuerzos con el éxito.

Malcolm Cardenal Ranjith
Arzobispo de Colombo"
 
 
Traducción:  Servis Veritatis

martes, 27 de diciembre de 2011

Preparación para la misa


 
 Lex orandi  En las primeras páginas del misal romano, según su versión de 1962, y en el apéndice de la última edición castellana, encontramos una serie de oraciones para la preparación espiritual del sacerdote celebrante antes de la misa. Muchas veces, por las prisas, por las "intrusiones" de laicos a la sacristía, por la acostumbrada charla con los ministros y/o concelebrantes, o simplemente por un acostumbrarse a lo sagrado, la misa se queda sin "preparar". Llama la atención de que cuando se hable, en el mundo parroquial de preparar la misa, lo último que se piensa es en las oraciones y en el ya tradicional tiempo de silencio antes de la celebración. En esta actitud subyace la mentalidad activista de aquellos que creen que son ellos los que hacen las cosas y Dios es meramente un motivo etéreo o de fondo.
Al releer algunos párrafos selectos del libro "El sello" del cardenal Piacenza, creo que podremos caer en la cuenta de la importancia de esos momentos previos a la celebración.

Es necesario no pasar de cualquier actividad a la celebración de la Misa sin antes reservar un tiempo adecuado al recogimiento y a la preparación. Es el rato que Dios nos pide para estar en su Presencia, para percatarnos del Misterio que vamos a celebrar y del que se nos hace partícipes (p. 82)

Cuando el sacerdote celebra varias misas, o cuando éstas se tienen que celebrar en varias iglesias, el fenómeno de la prisa entra en escena. Al margen de esta cuestión de la escasez de minutos, está la tergiversación del sentido de la sinaxis: no se trata de una reunión de amigos o conocidos, sino de una convocación de una porción de la Iglesia para celebrar el Misterio de Cristo. El tiempo previo a la celebración no es un momento de confraternizar o de hacer amigos. Detrás de esta mentalidad hay una confusión entre hacer "pastoral" y ampliar el propio circulo de amistades. La pastoral dista mucho de ser una serie de actitudes cordiales o sociales. La verdadera pastoral es mostrar y enseñar a los demás la centralidad de la eucaristía con el propio ejemplo: recogerse en oración antes de la misa.
Llegar de forma sistemática cinco minutos antes a "preparar" lo exterior -cintas del misal y leccionario, pan y vino, etc.- y no dejar nada para lo interior da a entender a los demás que la eucaristía parece más una cosa que el "cura hace" que una cosa que el sacerdote vive. A este respecto habría que denunciar la ausencia de una cruz o imagen en las sacristían, que parecen a veces una trastienda que un lugar de preparación para la celebración de los sacramentos y sacramentales.
En ocasiones, indudablemente por la "intrusión" a la que nos hemos referido, el revestirse de los ornamentos llega a ser más descuidado que vestirse para salir brevemente a la calle.

El mismo revestirse de los ornamentos sagrados, tras habernos detenido unos minutos en oración, debe volver a constituir un gesto orante. Nunca hubiéramos podido asumir tales vestiduras si "un Otro no nos hubiese revestido de su gracia". El esplendor de los ornamentos habla de la belleza y de la grandeza de Cristo sacerdote. Bajo este esplendor debe como "desaparecer" cada sacerdote, a fin de que solo el Señor aparezca, pues "conviene que Él crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30). Tal esplendor supone una elocuente apelación a quien los viste, así como una ayuda para recordar la propia pequeñez e indignidad y, por tanto, para hacer que resurja de continuo un hondo agradecimiento por haber sido hecho partícipe del sacerdocio de Cristo (p. 83)

El Prefecto del Clero también alude a las oraciones para revestir los ornamentos. En concreto, las oraciones "clásicas". Pero aquí nos vemos ante lo inacabado o, si se prefiere, lo ambigüo de la reforma: tales oraciones ya no se encuentran en los misales de 1970 y siguientes, si bien reaparecen en el Compendium Eucharisticum publicado hace un par de años por la Congregación del Culto Divino. Además de las así llamadas "clásicas", que algunas de ellas contienen alusiones a la medicina medieval y que pueden dar lugar a malentendidos, encontramos en Occidente otras tradiciones orantes de este momento gestual. En el núm de septiembre de 2010 de la revista Liturgia y Espiritualidad, encontramos un artículo de J. Messeguer donde se recoge los propios de un misal (creo recordar que es el de Sarum), y también en el mismo Missale Mixtum/Gothicum del rito mozárabe, encontramos otras recensiones similares.
Pero esta variedad no debe distraernos de li significativo de este momento. Pensemos, por ejemplo, que cada vez que el sacerdote bizantino se reviste para celebrar la Divina Liturgia, bendice cada uno de los ornamentos. En Occidente, la bendición es propiamente constitutiva: las vestiduras quedan "consagradas" para el culto hasta su destrucción. En Oriente, que también tienen en mente este sentido, son sin embargo "consagradas" para cada celebración, dando a la celebración del sacramento un valor singular e irrepetible. Al margen del contenido de estas oraciones y su carácter moralizante, no cabe duda del sentido general al que se ha referido el libro "El sello": hacer menguar al ministro en favor de Cristo. Después del Adviento, la cercana figura de Juan el Bautista nos puede servir de ejemplo para comprender, incluso en estos tiempos "versus populum", que el ministro debe desaparecer para mostrar mejor a Cristo. La vuelta a las casullas amplias es, en este sentido, una "herramienta" para que desaparezca nuestra figura y se remita mejor a otra realidad, la del cuerpo glorificado, que irradia la luz del Resucitado.

Adolfo Ivorra

viernes, 2 de diciembre de 2011

No a las manos extendidas en el Padre Nuestro


Acción Liturgica: Monseñor Robert J. Foys, Obispo de Covingnton, en EE.UU. ha dirigido a sus fieles, con fecha 18 de noviembre, una Carta Pastoral anunciando la entrada en vigor de la nueva traducción del Misal Romano, Novus Ordo, en EE.UU., y un decreto puntualizando algunas cuestiones sobre materia litúrgica. El Obispo recuerda que nadie, ni sacerdotes ni fieles, tiene derecho a introducir ninguna innovación en la Sagrada Liturgia, según lo dispuesto por el Concilio Vaticano II en la constitución Sacrosantum Concilium. Por lo tanto, las acciones y posturas de los fieles deben ser las que establece la Ordenación General del Misal Romano y aquellas que, en virtud de esta ordenación, pueden ser reguladas en cada país. En Estados Unidos, continúa el obispo, está prescrito que los fieles se arrodillen desde el Sanctus hasta el "gran Amén" (es decir todo el Canon). Y también deben arrodillarse tras el Agnus Dei hasta el momento de comulgar. Por su parte los diáconos se arrodillarán desde la Epíclesis hasta la ostensión del cáliz. Respecto a la oración del padrenuestro, según la Ordenación General del Misal Romano solo el sacerdote está establecido que extienda las manos. Ni los diáconos ni los fieles. Por lo tanto los fieles no extenderán las manos, y tampoco se las cogerán.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Misa tradicional en Tierra Santa

 
Decreto de Monseñor Fouad Twal, Patriarca Latino de Jerusalén, relativo a la aplicación de la Forma Extraordinaria del Rito Romano en los santuarios y basílicas, que resumimos:

- Los sacerdotes deberán prsentar el celebret y deberán tener conocimientos para oficiar la Santa Misa.
- Cada santuario debe tener disponible un Misal Romano de 1962 y los ornamentos y objetos litúrgicos necesarios para esta forma.
- Al no admitirse la concelebración en la Forma Extraordinaria, se solicita que cuando el grupo incluya varios sacerdotes sea uno solo el que oficie, para no ocupar el altar consecutivamente y obstaculizar a los restantes peregrinos.
- Se procurará que todas las iglesias dispongan de al menos un altar con la orientación adecuada para las celebraciones.
- La administración de los sacramentos del bautismo, confirmación y matrimonio requieren el permiso explícito del Ordinario del lugar.
- Se permitirá oficiar a los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X, aunque de forma privada y sin publicidad.
- El decreto aclara que son reglas para los peregrinos, pero que la forma habitual de las parroquias de Tierra Santa es la Forma Ordinaria.

martes, 4 de octubre de 2011

Entrevista a Monseñor Pozzo

 
 Acción Litúrgica:Gloria TV ha entrevistado a Monseñor Guido Pozzo, Secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei. Una entrevista reproducida por la web Rorate Caeli. Monseñor Pozzo habla en su entrevista sobre el desarrollo cordial de las conversaciones doctrinales entre la Santa Sede y la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, y expresa su esperanza de que dichas conversaciones tengan un buen fín. Sobre el preámbulo sometido a la consideración de la fraternidad fundada por el Arzobispo Monseñor Lefebvre, Guido Pozzo manifiesta que, de ser necesario aclaraciones o estudiar detalles específicos sobre el mencionado preámbulo, Roma los responderá.

Monseñor Pozzo hace también unas interesantes declaraciones sobre la reforma litúrgica y sobre su opinión y experiencia con la Liturgia tradicional, que comienza únicamente tras el motu proprio Summorum Pontificum, y específicamente con su designación como Secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei:

"Algunos han intentado introducir la idea de una ruptura, de una distancia, de una rotura radical entre la reforma litúrgica propuesta, establecida y promulgada por papa Pablo VI y la liturgia tradicional. En realidad las cosas son diferentes, porque está claro que hay continuidad substancial en la liturgia y en la historia de la liturgia; hay crecimiento, progreso, renovación, pero no una rotura o una discontinuidad, y por lo tanto este prejuicio decisivamente al modo de pensar de muchos, incluyendo el clero y los fieles. Debemos superar este prejuicio, y debemos proporcionar una auténtica y completa formación litúrgica auténtica, y considerar que en realidad los libros de la reforma litúrgica deseada por el Papa Pablo VI son una cosa; y otra las formas de puesta en práctica que han sucedido en la práctica en muchas partes del mundo católico y que son, en realidad, abusos hacia la reforma litúrgica de Pablo VI y también contienen los errores doctrinales que deben ser rechazados y corregidos...

...La forma antigua de la Misa hace explícitos y destaca ciertos valores y aspectos fundamentales de la liturgia que merezcan ser mantenidos, y no hablo solo del latín o el canto gregoriano, sino del sentido del misterio, de lo sagrado, del sentido de la Misa como sacrificio, de la presencia verdadera y substancial de Cristo en la Eucaristía, y el hecho de que hay espacios para el recogimiento interior, para la participación interior en la liturgia divina. Todos estos elementos fundamentales destacan particularmente en el rito antiguo de la Misa. No estoy diciendo que estos elementos no existan en la Misa reformada de Pablo VI, pero síque destacan mucho más en la forma extraordinaria y que ésta puede enriquecer incluso a los que celebren o participen habitualmente en la forma ordinaria de la Misa..."

Rorate Caeli 





miércoles, 14 de septiembre de 2011

BENEDICTO XVI Y SU ESPÍRITU LITÚRGICO


Tras 40 años de la puesta en marcha de la reforma litúrgica, recibida con ilusión y esperanza en muchos sacerdotes pero también con momentos de caos y confusión ante los abusos indiscriminados, ha llegado el momento propicio -sin prisas y con la calma que produce el paso del tiempo- para una aplicación correcta de aquello que el Concilio Vaticano II pidió en la Constitución Sacrosanctum Concilium.
Esta es la intención que el papa Benedicto XVI manifiesta en esa expresión por él mismo utilizada de la “hermenéutica de la continuidad”: hacer una interpretación del Concilio desde el criterio único de interpretación que es la Tradición de la Iglesia. Esta “hermenéutica de la continuidad” es opuesta a la labor de aquellos que después del Concilio quisieron romper con el pasado de la Iglesia interpretando los textos del magisterio desde un falso “espíritu del Concilio” que lo justificaba todo. El resultado fueron desviaciones teológicas, morales, litúrgicas y pas-torales.
Con este artículo queremos señalar aquellos aspectos “reinterpretados” desde la Tradición por Benedicto XVI en el ámbito litúrgico, siendo conscientes de la importancia de la liturgia para la vida de la Iglesia; pues es cumbre a la que tiende su acción y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza.” (Cfr. SC 10).
1. El primer aspecto es la centralidad de la cruz en el altar. Con la reforma de los altares mirando hacia el pueblo, se consideró un obstáculo para la celebración que la cruz estuviese en el centro del altar ya que impedía la comunicación visual entre el sacerdote y la asamblea. “La cruz del altar no es un obstáculo para verse, sino el punto de referencia común. Es el “iconostasio” que está descubierto, que no impide el acercamiento de los unos a los otros, sino que es el intermediario, y es para todos la imagen que recoge y une nuestras miradas”. (La fiesta de la fe, pág. 193).
La colocación de la cruz en el altar está en relación con la orientación litúrgica. De hecho, el Papa proponía en su ensayo de Teología Litúrgica “La fiesta de la fe” la colocación de la cruz sobre el altar como medida transitoria hasta que se vuelva a la costumbre de celebrar la liturgia hacia Oriente. Él mismo, celebra en su capilla privada –como lo hacía el Beato Juan Pablo II- hacia oriente y una vez al año, en la fiesta del Bautismo del Señor, en la capilla Sixtina.
Un análisis de las rúbricas del Novus Ordo está en esta dinámica: Liturgia de la Palabra desde la sede y el ambón mirando hacia la asamblea y Liturgia de la Eucaristía en el altar ad orientem.
¿Por qué dirigir la liturgia hacia Oriente? Es una tradición apostólica en toda la Iglesia oriental y occidental orar hacia este punto cardinal que recuerda la venida del Señor y su manifestación gloriosa. 2. Otro aspecto importante es la teología del ars celebrandi en conexión íntima con la teología de la belleza. El ser humano no es solo intelectualidad y razón, es corporeidad, sentidos, imaginación, memoria. El ser humano no es solo palabra, es gesto, afectos, sentimientos… Esta es la dinámica de la Revelación: Dios se revela con palabras y con acciones. La liturgia es al mismo tiempo culto a Dios pero también es enseñanza, revelación de Dios en la cotidianidad. Esto lleva consigo que la liturgia ha de atender a todos los aspectos de la persona para poder transmitir al Dios inefable y esto se hace con una celebración solemne por parte del sacerdote, por medio de la ceremonia cuidada, de la belleza del canto, de los ornamentos litúrgicos, de los vasos sagrados, de la arquitectura y decoro del templo. Esta sensibilidad litúrgica ha adquirirla el sacerdote pero también el pueblo de Dios mediante la formación, el estudio y la oración. A esto respecto, Benedicto XVI se dirigía a los artistas el 21 de noviembre de 2009 diciendo: Una función esencial de la verdadera belleza, de hecho, ya expuesta por Platón, consiste en provocar en el hombre una saludable "sacudida", que le haga salir de sí mismo, le arranque de la resignación, de la comodidad de lo cotidiano, le haga también sufrir, como un dardo que lo hiere pero que le "despierta", abriéndole nuevamente los ojos del corazón y de la mente, poniéndole alas, empujándole hacia lo alto.(…) La belleza, desde la que se manifiesta en el cosmos y en la naturaleza hasta la que se expresa a través de las creaciones artísticas, a causa de su característica de abrir y ampliar los horizontes de la conciencia humana, de llevarla más allá de sí misma, de asomarla al abismo de lo infinito, puede convertirse en un camino hacia lo trascendente, hacia el misterio último, hacia Dios.Hay que ser consciente de un peligro que puede haber en algunos ambientes: la teatralización o la simple preocupación externa de la liturgia. El ars celebrandi ha de ser fruto de la vida interior. Así lo dijo el Papa en un encuentro de sacerdotes en el año 2006: “El elemento fundamental de la verdadera ars celebrandi es, por tanto, esta consonancia, esta concordia entre lo que decimos con los labios y lo que pensamos con el corazón. (…) El ars celebrandi no pretende invitar a una especie de teatro, de espectáculo, sino a una interioridad, que se hace sentir y resulta aceptable y evidente para la gente que asiste. Sólo si ven que no es un ars exterior, un espectáculo -no somos actores-, sino la expresión del camino de nuestro corazón, entonces la liturgia resulta hermosa, se hace comunión de todos los presentes con el Señor.” 3. El uso de la lengua latina también ha aumentado en la liturgia papal. En casi todas las celebraciones pontificias, el ordinario de la misa se dice íntegramente en latín. Benedicto XVI no es contrario al uso de la lengua vernácula en la liturgia, ni mucho menos. Su pensamiento es “que fue bueno traducir la liturgia en las lenguas locales porque la entendemos, participamos también con nuestras mentes. Pero la presencia del latín en algunos elementos ayudaría a darle una dimensión universal, darle la oportunidad a la gente para que vea y diga ‘Estoy en la misma Iglesia’.” Este pensamiento está en perfecta consonancia con Sacrosanctum Concilium del Vaticano II donde se afirma que “se conserverá el uso de la lengua latina en los ritos latinos” dando cabida también a las lenguas vulgares (Cfr. 36).
4. El último aspecto a resaltar de la “reforma litúrgica” que Benedicto XVI está llevando a cabo es la comunión de rodillas y en la boca.Es importante aclarar que 1) la norma universal para comulgar en la Iglesia católica es de rodillas y en la boca salvo impedimento físico, 2) que se permite la comunión de pie y en la boca con un signo de adoración previo para agilizar el momento de la distribución; 3) y que se permitió como indulto la comunión en la mano en aquellos países donde se había extendido esa costumbre contraria para que los fieles no incurriesen en una falta contra la norma universal. El indulto Memoriale Domini de Pablo VI deja claro que se ha conservar la norma universal: “Este modo de distribuir la santa comunión, considerando en su conjunto el estado actual de la Iglesia, debe ser conser-vado no solamente porque se apoya en un uso tradicional de muchos siglos, sino, principalmente, porque significa la reverencia de los fieles cristianos hacia la Eucaristía. Este uso no quita nada a la dignidad personal de los que se acercan a tan gran sacramento, y es parte de aquella preparación que se requiere para recibir el Cuerpo del Señor del modo más fructuoso.”
Y es el mismo papa Benedicto XVI en la Entrevista “Luz del mundo” de Peter Seewald el que explica porqué quiere que se comulgue de rodillas: “Al hacer que se reciba la comunión de rodillas y al darla en la boca he querido colocar una señal de respeto y llamar la atención hacia la presencia real. No en último término porque, especialmente en actos masivos, como los tenemos en la basílica y en la plaza de San Pedro, el peligro de banalización es grande. (…) He querido establecer un signo claro. Debe verse con claridad que allí hay algo especial. Aquí está presente Él, ante quien se cae de rodillas. ¡Prestad atención! No es meramente un rito social cualquiera del que todos podemos participar o no”. La pregunta para cualquier católico de buena fe, sería la siguiente: ¿Por qué el Papa no impone a toda la Iglesia estas pequeñas reformas para que sean obligatorias? Las respuestas podrían ser muchas, pero creo que hemos de quedarnos con la siguiente: como buen padre y maestro quiere que sus hijos sigan su ejemplo de forma voluntaria como una respuesta de amor y fidelidad.
 
 

miércoles, 31 de agosto de 2011

Misa Solemne en La Plata

 Santa Misa solemne  del Rito Romano en forma extraordinaria en La Plata . La misma se llevo a cabo el Domingo 21 de Agosto en la  Parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa (Calle 75 entre 6 y 7, La Plata). Celebró el R.P. Brian Moore. Recordamos que allí se celebra la santa misa tradicional todos los Domingos a las 12 hs. Ver Fotos y Videos en Value

domingo, 14 de agosto de 2011

Misa Rito Antiguo en la diocesis de Lomas de Zamora



 Este lunes 15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de la Santísima Viergen María, misa Rito Antiguo en la  parroquía Medalla Milagosa de Adrogué, Nother 202. A las 17 hs.


miércoles, 27 de julio de 2011

Cardenal Cañizares: «Es recomendable que los fieles comulguen en la boca y de rodillas»


Infocatolica - En entrevista concedida a ACI Prensa, el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en el Vaticano, Cardenal Antonio Cañizares Llovera, señaló que los católicos deben comulgar en la boca y de rodillas. Así lo indicó el cardenal español al ser consultado sobre si es recomendable que los fieles comulguen o no en la mano. El prelado advirtió que si se trivializa la comunión, se trivializa todo.
Asimismo, al responder a la pregunta de ACI Prensa sobre la costumbre instaurada por el Papa Benedicto XVI de hacer que los fieles que reciben la Eucaristía de él lo hagan en la boca y de rodillas, el Cardenal Cañizares dijo que eso se debe “al sentido que debe tener la comunión, que es de adoración, de reconocimiento de Dios”.
“Es sencillamente saber que estamos delante de Dios mismo y que Él vino a nosotros y que nosotros no lo merecemos”, afirmó.
El prelado dijo también que comulgar de esta forma “es la señal de adoración que es necesario recuperar. Yo creo que es necesario para toda la Iglesia que la comunión se haga de rodillas”.
“De hecho –añadió– si se comulga de pie, hay que hacer genuflexión, o hacer una inclinación profunda, cosa que no se hace”.

No se puede trivializar la comunión

El Prefecto vaticano dijo además que “si trivializamos la comunión, trivializamos todo, y no podemos perder un momento tan importante como es comulgar, como es reconocer la presencia real de Cristo allí presente, del Dios que es amor de los amores como cantamos en una canción española”.
Al ser consultado por ACI Prensa sobre los abusos litúrgicos en que incurren algunos actualmente, el Cardenal dijo que es necesario “corregirlos, sobre todo mediante una buena formación: formación de los seminaristas, formación de los sacerdotes, formación de los catequistas, formación de todos los fieles cristianos”.
Esta formación, explicó, debe hacer que “se celebre bien, para que se celebre conforme a las exigencias y dignidad de la celebración, conforme a las normas de la Iglesia, que es la única manera que tenemos de celebrar auténticamente la Eucaristía”.
Finalmente el Cardenal Cañizares dijo a ACI Prensa que en esta tarea de formación para celebrar bien la liturgia y corregir los abusos, “los obispos tenemos una responsabilidad muy particular, y no podemos dejarla de cumplir, porque todo lo que hagamos en que la Eucaristía se celebre bien será hacer que en la Eucaristía se participe bien”.

miércoles, 13 de julio de 2011

Lamentable: Obispo cubano prohíbe la celebración de la Misa tradicional en su Diócesis


 Una voce Cordoba: Hace poco tiempo difundíamos la noticia de la primera celebración de la Misa tradicional en una parroquia de una Diócesis cubana en años. Sin embargo, desde Una Voce Cuba nos llega la lamentable noticia de que luego de esa celebración el Obispo de dicha diócesis, Mons. Manuel Hilario de Céspedes (foto derecha), ha prohibido al p. Darovis Caballero Sosa (foto izquierda) su reiteración y a los integrantes de la asociación hermana les ha negado toda posibilidad de aplicar el Motu Proprio Summorum Pontificum aduciendo que ” la (celebración de la) Misa (tradicional) traería consigo discordia, división y terminaría porturbar la unidad y la paz en el interior de la Iglesia local”. A continuación transcribimos la noticia tal cual la hemos recibido:
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J.H.S.
“Instaurare omnia in Christo.”
Queridos hermanos en Ntro. Sr. Jesucristo y María Santísima:
La hora decisiva para la Tradición Católica en Cuba ha llegado…Ruego, encarecidamente a todos, se ganan eco por todos los medios posibles de esta fuerte denuncia. Necesitamos el apoyo de todos y sus seguras oraciones.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Papa! ¡Viva la Virgen Inmaculada!
Agradeciendo la atención que presten a la presente, Javier Luis Candelario Diéguez. Presidente.
Fuerte Denuncia:
El Obispo de Matanzas-Cuba; Mons. Manuel Hilario de Céspedes, se opone a la aplicación del Mutuo Proprio: “Summorum Pontificum” en su Diócesis.
Tras la fastuosa y dignisima celebración de la Santa Misa según la Forma Extraordinaria del Rito Romano, tenida lugar en Matanzas-Cuba, en la tarde del pasado 29 de Junio,  en la que vale destacar sobraron los jóvenes, la incomprensión y la hostilidad se ha desencadenado contra el Padre Darovis Caballero y el “coetus fidelium” de Una Voce Cuba. Su pecado a sido sentir con el Papa y aplicar el Mutuo Proprio: “Summorum Pontificum.” ¿Qué tipo de comunión y obediencia con la Santa Sede Apostólica y el Vicario de Cristo es la de este Obispo: de mente, de corazón, de deseo, de afecto o intención?
Los hechos en concreto son: En la tarde del 10 de julio, tras una cordial, respetuosa pero infructuosa reunión en la sede del obispado, mantenida entre el prelado diocesano y el Sr. Javier Luis Candelario Diéguez, presidente del Movimiento  Una Voce en Cuba, éste rechazó el recurso presentado por parte de los fieles adherentes a la liturgia tradicional, y afiliados a Una Voce, sobre la  celebración de la Santa Misa, según la Forma Extraordinario del Rito Romano, ratificando su absoluta negativa a la aplicación del mutuo proprio: “Summorum Pontificum” en la diócesis de Matanzas-Cuba, al tiempo de renovar la prohibición que en horas de la mañana, previo encuentro impusiera al joven sacerdote Darovis Caballero Sosa de celebrar y volver a acceder a las peticiones de celebración de la Santa Misa Tradicional.
-“Expuse y entregue –comenta Don Javier Luis- al Sr. Obispo, la “mens” del Santo Padre, contenida en los recientes documentos concernientes a la Misa, y humildemente pedí las razones que justifiquen tan injusta como arbitraria prohibición…” “La única razón aducida, tanto a mí persona como al Padre Darovis Caballero fue el viejo y gastado recurso  de:  “la Misa traería consigo discordia, división y terminaría por turbar la unidad y la paz en el interior de la Iglesia local”  ¡Insólito!  ¿verdad?! Pero cierto….
Una Voce Cuba, pedirá en el transcurso de la semana, a la Nunciatura Apostólica en La Habana y directamente a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, la intervención de la Santa Sede Apostólica, para salvaguardar los legítimos derechos de los fieles católicos cubanos y se obedezca sin atenuantes sugestivos y del todo infundados la ley litúrgica y canónica universal de la Iglesia contenida en el Mutuo Proprio, en la que específicamente se expresa como, las iglesias locales tiene que coincidir con la Iglesia Universal, y a su vez, el que la Santa Misa Tradicional no puede ser objeto de restricciones,  prohibición ni abrogación alguna.
Una Voce Cuba, ruega a todo el orbe católico, eleven fervientes súplicas a la Santísima Trinidad por mediación de la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María, y de San Miguel Arcángel, por la pronta solución de esta anómala situación, al tiempo de, dada las características de aislamiento e incomunicación de la Isla,  pedir a todos aquellos que puedan, se movilicen y dirijan a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, una queja formal, denunciando esta situación,  en apoyo de la Tradición Católica en Cuba.
Fundación Una Voce Cuba-
Dirección: Apartado Postal No. 1427  Matanzas 40100. Cuba. E mail:
unavocecuba@yahoo.es   Teléfono: + 53- 521356.  Web: www.unavocecuba.com

sábado, 9 de julio de 2011

IV aniversario de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum




  Juventutem Argetinae ha preparado este  video en conmemoración al IV aniversario de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum. Varias de las imágenes que el video contiene hacen referencia a Misas tradicionales celebradas en nuestro país, como en Mar del Plata, Santa Fe y Córdoba.

martes, 5 de julio de 2011

EL ARTE Y LA LITURGIA: LA MÚSICA - (1º PARTE)


Del libro del Cardenal Joseph Ratzinger “El espíritu de la liturgia. Una Introducción”, publicado el año 2001 por Ediciones Cristiandad (Tercera parte, capítulo II. Págs. 138- 179).

La importancia que la música tiene en el marco de la religión bíblica puede deducirse sencillamente de un dato: la palabra cantar (junto a sus derivados correspondientes: canto, etc.) es una de las más utilizadas en la Biblia. En el Antiguo Testamento aparece en 309 ocasiones, en el Nue­vo Testamento 36. Cuando el hombre entra en contacto con Dios, las palabras se hacen insuficientes. Se despier­tan esos ámbitos de la existencia que se convierten espon­táneamente en canto1. El propio ser del hombre se queda corto para lo que quiere expresar, hasta tal punto que in­vita a toda la creación a unirse a él en un cántico: «¡Des­pierta, gloria mía!, ¡despertad, cítara y arpa!, ¡despertaré a la aurora! Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones: por tu bondad, que es más gran­de que los cielos; por tu fidelidad, que alcanza las nubes» (Sal 57 [56] 9-11).
La primera mención del canto la encontramos, en la Bi­blia, después del paso del Mar Rojo. En ese momento, Is­rael ha sido definitivamente liberado de la esclavitud, ha experimentado de forma imponente el poder salvador de Dios en una situación desesperada. Al igual que Moisés de niño fue salvado de las aguas del Nilo y, por esto mismo, podemos decir que fue devuelto a la vida, también Israel se siente, en cierto modo, salvado del agua, libre, devuelto a sí mismo por la mano poderosa de Dios. La reacción del pueblo ante el acontecimiento fundamental de la salvación se describe en el relato bíblico con la siguiente expresión: «Creyeron en Yahveh y en Moisés, su siervo» (Ex 14,31). Pero le sigue otra reacción que se añade a la primera con una naturalidad desbordante: «Entonces Moisés y los is­raelitas cantaron este cántico a Yahveh...» (15,1). En la ce­lebración de la noche de Pascua los cristianos, año tras año, unen su voz a este cántico, lo cantan de nuevo como cántico propio, porque también ellos se «saben salvados del agua» por el poder de Dios, se saben liberados por Dios para la vida verdadera.
El Apocalipsis de San Juan abre un poco más el aba­nico. Después de que los últimos enemigos de Dios han subido al escenario de la historia —la trinidad satánica, constituida por la Bestia, su imagen y el número de su nombre— y cuando, a la vista de tal superioridad, todo parece perdido para el santo Israel de Dios, el vidente re­cibe la visión del vencedor: «Estaban de pie junto al mar de cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero...» (Ap 15,2.3). La paradoja de entonces se hace aún más in­mensa: no vencen las gigantescas bestias feroces, con su poder mediático y su capacidad técnica; vence el Cordero degollado. Y así vuelve a sonar, una vez más, y de forma ya definitiva, el cántico del siervo de Dios, Moisés, que ahora se convierte en el cántico del Cordero.
El canto litúrgico se sitúa en el marco de esta gran ten­sión histórica. Para Israel el acontecimiento de salvación que tuvo lugar con el paso del Mar Rojo, quedaría siem­pre como fundamento de la alabanza a Dios, el tema prin­cipal de los cánticos dirigidos a Dios. Para los cristianos el verdadero éxodo es la resurrección de Cristo, que había atravesado el «Mar Rojo» de la muerte, que había descen­dido al mundo de las tinieblas, y había abierto las puertas del abismo. Ése era el verdadero éxodo, que se convertía en nueva presencia a través del bautismo: el bautismo es vivir, al mismo tiempo que Cristo, su descenso a los infier­nos y su ascensión, y ser acogidos, por medio de él, a la comunión de la vida nueva.
Un día después de la alegría del éxodo, los israelitas descubrieron que se encontraban expuestos al desierto y sus peligros, y que el camino hacia la Tierra Prometida no estaba exento de amenazas. Pero también se pusieron de manifiesto las obras, siempre nuevas, de Dios, que permi­tían volver a cantar el cántico de Moisés, y mostraban que Dios no era un Dios del pasado, sino del presente y del futuro. En cada cántico nuevo, estaba presente, sin duda alguna, la conciencia de su carácter provisional, y el anhe­lo de un cántico definitivo, el anhelo de una salvación que no trajera consigo ni un sólo instante de miedo, tan sólo cánticos de alabanza. Quien creía en la resurrección de Cristo reconocía la salvación definitiva y sabía que los cristianos, que se encontraban ahora en la «nueva alian­za», cantaban ahora el cántico nuevo, que era definitivo y realmente «nuevo», en vista de lo completamente otro que había sucedido con la resurrección de Cristo.
Lo que habíamos dicho en la primera parte acerca de la «fase intermedia» de la realidad cristiana —que ya no es sombra, pero que tampoco es todavía realidad plena, sino «imagen»— vuelve a ser aplicable aquí: se ha entonado el cántico definitivamente nuevo, pero hace falta que se cumplan todos los sufrimientos de la historia, que se reco­ja todo el dolor y se introduzca en el sacrificio de alaban­za, para que allí se transforme en cántico de alabanza.
Queda así esbozado el fundamento teológico del canto litúrgico. Es necesario ahora acercarse un poco más a su realidad práctica. Junto a los distintos testimonios del canto individual y el canto de la comunidad en Israel, así como la música en el templo, que encontramos a lo largo de las Sagradas Escrituras, la verdadera fuente en la que podemos apoyarnos es el libro de los Salmos. Aunque, debido a la falta de una notación musical, no podamos hacer una reconstrucción de la «música sacra» de Israel, este libro sí que nos da una idea de la riqueza de instru­mentos así como de los diferentes modos de cantar que se practicaban en Israel. En su poesía hecha oración se nos muestra la diversidad de experiencias que se convirtieron en plegaria y cántico ante Dios. Aflicción, lamento, tam­bién acusación, temor, esperanza, confianza, agradeci­miento, alegría, toda la vida, tal y como se desarrolla, que­da reflejada en el diálogo con Dios. Lo que llama la atención es que incluso el lamento en una situación de­sesperada, casi siempre acaba, por así decirlo, con una palabra de confianza, con una anticipación de la acción salvífica de Dios. Por eso, todos estos «nuevos himnos» podrían definirse, en cierto sentido, como variaciones del cántico de Moisés. Por un lado, el cántico dirigido a Dios se eleva por encima de esa situación desesperada de la que no nos puede salvar ningún poder de este mundo; de modo que sólo queda Dios como refugio. Pero, al mismo tiempo, ese cántico procede de la confianza que, incluso en la oscuridad más extrema, sabe, a ciencia cierta, que el acontecimiento del Mar Rojo es una promesa que tiene la última palabra, tanto en la vida como en la historia. Final­mente, es importante tener en cuenta que aunque los sal­mos, con frecuencia, nacen de experiencias personales de sufrimiento y de acogida, siempre acaban desembocando en la oración común de Israel y, de igual modo, se alimen­tan del fundamento común de las obras que Dios ha lleva­do a cabo.
En lo que se refiere a la Iglesia que canta, podemos observar al respecto la misma relación de continuidad y renovación que ya vimos a propósito de la arquitectura eclesial y las imágenes sagradas y, más en general, en la esencia misma de la liturgia: el salterio se convierte por sí mismo en el libro de oración de la Iglesia en camino, que, por esto mismo, se convirtió en una Iglesia que reza con el canto. Esto es válido, en primer lugar, para el salterio, que ahora se reza juntamente con Cristo. En el canon de Israel se había atribuido, en gran medida, al rey David la autoría de los salmos, haciendo con ello cierta interpretación his-tórico-salvífica y teológica. Para los cristianos, sin embar­go, es evidente que Cristo es el verdadero David, y que David reza en el Espíritu, con Cristo y en Cristo, que ha­bría de ser su hijo, siendo al mismo tiempo Hijo Unigéni­to de Dios.
Con esta clave interpretativa los cristianos se unían a la oración de Israel, sabiendo que, de esta forma, precisa­mente, la convertían en el cántico nuevo. Tengamos en cuenta que, haciendo esto, se daba cuerpo a una interpre­tación trinitaria de los salmos: el Espíritu Santo, que ha­bía inspirado a David a la hora de cantar y orar, hace que David hable de Cristo, incluso le convierte en su voz. Por eso en los salmos hablamos, por Cristo, al Padre, en el Es­píritu Santo. Esta interpretación pneumatológica y cristo-lógica de los salmos no afecta únicamente al texto, sino que incluye también el elemento musical: es el Espíritu Santo el que enseña a cantar a David y, por medio de él, a Israel y a la Iglesia. Es más, el canto, en cuanto que está por encima del modo habitual de hablar, es un aconteci­miento pneumático. La música en la Iglesia surge como un «carisma», como un don del Espíritu: es la verdadera «glosolaiia», la nueva «lengua» que procede del Espíritu. Sobre todo en ella tiene lugar la «sobria embriaguez» de la fe, porque en ella se superan todas las posibilidades de la mera racionalidad. Pero esta «embriaguez» está llena de sobriedad porque Cristo y el Espíritu son inseparables, porque este lenguaje «ebrio», a pesar de todo, permanece internamente en la disciplina del Logos, en una nueva ra­cionalidad que, más allá de toda palabra, sirve a la palabra originaria, que es el fundamento de toda razón. Tendre­mos que volver sobre este asunto.
Ya hemos encontrado anteriormente en el Apocalipsis ese horizonte amplio, consecuencia de la profesión de fe en Cristo, donde el cántico de los vencedores recibe el nombre de cántico de Moisés, siervo de Dios, y del Cordero. Con ello se ponía de relieve otra dimensión del canto ante Dios. En la Biblia de Israel hemos constatado hasta ahora dos motivos fundamentales para cantar ante Dios: la situación de necesidad y de alegría, de tribulación y de salvación. La relación con Dios estaba demasiado determinada por el te­mor y ese profundo respeto ante el poder eterno del Crea­dor, como para osar plantearse los cánticos al Señor como cánticos de amor a Dios. Aunque detrás de esa confianza, que interiormente caracteriza a todos los textos, se esconde en último extremo ese mismo amor, es un amor que sigue siendo tímido, y por consiguiente, velado. La estrecha co­nexión entre amor y canto se introdujo en el Antiguo Testa­mento de una forma que, en principio, puede resultar extra­ña: mediante la introducción del Cantar de los Cantares que, en cuanto tal, era una recopilación de poemas de amor humano. Sin embargo, al incorporarlas al canon, se tiene ya en cuenta una interpretación más amplia. Estos bellísimos poemas de amor de Israel podían entenderse como pala­bras inspiradas de la Sagrada Escritura, porque existía la convicción de que el amor humano que en ella se expresaba traslucía el misterio de amor de Dios a Israel.
En el lenguaje de los profetas, se denominaba prostitu­ción al culto a los dioses extranjeros (lo cual tenía un significado muy concreto, ya que los cultos de fecundidad formaban parte, normalmente, de los ritos de fecundidad, de la práctica de la prostitución que tenía lugar en los tem­plos). La elección de Israel, por el contrario, aparece ahora como la historia de amor de Dios con su pueblo. La alian­za se interpreta con la imagen de los desposorios y del ma­trimonio, como vínculo de amor de Dios con el hombre y del hombre con Dios. De esta forma, el amor humano se podía convertir en imagen real de la actuación de Dios con Israel. Jesús había hecho suya esta línea de la tradición de Israel, hasta tal punto que, en una de sus primeras parábo­las, habla de sí mismo como el Esposo. Ante la pregunta de por qué sus discípulos no ayunaban, contrariamente a lo que hacían los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, había respondido: «¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Mien­tras tienen al novi'o con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio: aquel día sí que ayunarán» (Me 2,19s). Es una profecía de la pasión, pero también un anuncio de las bodas, que luego vuelve a aparecer una y otra vez en las parábolas de Jesús sobre el banquete nup­cial, y que se convierte en el tema central del último libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis: todo se encamina, pasando por la pasión, a las bodas del Cordero.
Dado que estas bodas parecen siempre anticipadas en la visión de la liturgia celestial, los cristianos comprendie­ron que la eucaristía es presencia del esposo y, precisa­mente por esto, anticipación de la fiesta nupcial de Dios. Pues en ella se hace efectiva esa comunión que tiene su correspondencia en la unión que se da en el matrimonio entre hombre y mujer: al igual que éstos se convierten en «una sola carne», también nosotros nos convertimos a tra­vés de la comunión en un «espíritu», en una unidad con El. El misterio nupcial de la unión de Dios y hombre, anunciado en el Antiguo Testamento, se cumple de forma real en el sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo, pre­cisamente pasando por su muerte (cf. Ef 5,29-32; 1 Cor 6,17; Gal 3,28). El cántico de la Iglesia procede, en última instancia, del amor: es el amor el que está en lo más pro­fundo del origen del cantar. «.Cantare amantis est», dice san Agustín: «El cantar es cosa del amor». Con ello hemos vuelto a la interpretación trinitaria de la música de la Igle­sia: el Espíritu Santo es el amor y en Él está el origen del canto. El es el Espíritu de Cristo, El es el que atrae al amor a través de Cristo y de esta forma nos conduce al Padre.
Tras considerar estas fuerzas internas que mueven la música litúrgica, hay que volver, una vez más, a cuestiones de carácter más práctico. La expresión utilizada por los salmos para el término «cantar», pertenece, en su raíz léxi­ca, al patrimonio común de las lenguas del Antiguo Orien­te, y hace referencia a un canto acompañado de instrumen­tos (probablemente se trataba de instrumentos de cuerda), con una orientación claramente textual y con un mensaje claramente determinado en cuanto al contenido. Se trata­ba, al parecer, de un canto vocal que, presumiblemente, sólo permitía variaciones melódicas al principio y al final. La Biblia griega tradujo la palabra hebrea zamir por psa-llein, que en griego significaba «puntear» (sobre todo refi­riéndose al sonido de los instrumentos de cuerda: del arpa o la cítara). Sin embargo, ahora se convertía en ex­presión de un modo específico de hacer música del culto judío, y más tarde expresaría también el modo de cantar propio de los cristianos. En algunas ocasiones, se le añade un elemento, cuyo significado permanece velado, pero que, en todo caso, muestra un canto artístico, ordenado. La fe bíblica había creado con ello su propia expresión cultural en el campo de la música, expresión adecuada a su esencia, y que establece el criterio para todas las suce­sivas inculturaciones.

La pregunta de hasta dónde puede llegar la ineulturación en el campo de la música tuvo pronto una dimensión muy práctica para los primeros cristianos. Las comunidades cristianas habían nacido de la sinagoga y habían adoptado de ella tanto el salterio, que ahora interpretaban cristoló-gicamente, como la forma de cantarlo. Muy pronto surgie­ron también nuevos himnos y cantos cristianos; en un pri­mer momento y todavía apoyados en el Antiguo Testamento surgen el Benedictus y el Magníficat-, después textos enteramente cristológicos, entre los que destacan el Prólogo del Evangelio de San Juan (1,1-18), el himno cris-tológico de la Carta a los Filipenses (2,6-11), el himno a Cristo de 1 Tim (3,16). Una información interesante acerca del desarrollo de la liturgia de la Iglesia en sus orígenes, nos lo ofrece san Pablo, en la primera Carta a los Corin­tios: «Cuando os reunís, cada cual aporta algo: un canto (psalmón), una enseñanza, una revelación, hablar en len­guas o interpretarlas; pues que todo resulte constructivo» (14,26). Gracias al escritor romano Plinio el Joven —por una carta escrita al César, para informarle sobre el culto de los cristianos—, sabemos que, a principios del siglo II, el canto de glorificación de Cristo y su divinidad era un elemento constitutivo de la liturgia cristiana.
Podemos imaginar que estos nuevos textos cristianos aportaron una ampliación de las anteriores formas de can­to y que surgieran nuevas melodías. Parece ser que el de­sarrollo de la fe cristiana se llevó a cabo también en la composición de himnos, creaciones poéticas que surgían en ese tiempo como «dones pneumáticos» en la Iglesia. Lo cual era motivo de esperanza, pero también de peligro. Al desligarse la Iglesia de sus raíces semitas y pasar al mundo griego tuvo lugar, de forma casi espontánea, una mayor amalgama con la mística griega del Logos, con su poesía y con su música. Con todo ello, se corría el riesgo de que el acontecimiento cristiano se disolviera, desde dentro, en una especie de mística general. Precisamente el ámbito de los himnos y la música se convirtió en la puerta de entrada de la gnosis, esa mortal tentación que comenzó a descomponer el cristianismo desde dentro. En este sen­tido hay que entender el hecho de que, en la lucha por la identidad de la fe y su enraizamiento en la figura histórica de Jesucristo, las autoridades de la Iglesia tomaran una decisión radical. El canon 59 del Concilio de Laodicea prohibe el uso de composiciones sálmicas de carácter pri­vado, y escritos no canónicos; el canon 15 limita el canto de los salmos al coro de los salmistas, mientras que «los demás en la Iglesia no deben cantar».
De este modo, se perdió la práctica totalidad de los himnos postbíblicos; se volvió, de una forma rigurosa, al modo de cantar heredado de la sinagoga, con su carácter puramente vocal. Ciertamente hay que lamentar las pérdi­das culturales que de aquí derivaron, pero fue una deci­sión indispensable para dejar a salvo un valor más grande. La vuelta a una aparente pobreza cultural salvó la identi­dad de la fe bíblica y, precisamente, mediante el rechazo de un falso modelo de inculturación, abrió al futuro todo el panorama cultural del acontecimiento cristiano.
En la historia de la música litúrgica se puede observar un gran paralelismo con la evolución de la cuestión de las imágenes. Oriente siguió siendo fiel —al menos en el ám­bito bizantino— a la música puramente vocal. Sin embar­go, en el área eslava, quizá por influjo de Occidente, se amplió, convirtiéndose en una polifonía cuyos coros de hombres, con su dignidad sacra y con su energía conteni­da, conmueven el corazón y hacen de la eucaristía la fiesta de la fe.
En Occidente el canto de los salmos de los coros gre­gorianos fue evolucionando hasta llegar a una altura y a una pureza nueva, que constituyen un criterio permanente para la música sacra, es decir, para la música que acompa­ña las celebraciones litúrgicas de la Iglesia. En la tardía Edad Media se desarrolla la polifonía y los instrumentos vuelven a formar parte de la liturgia, y con todo derecho, puesto que la Iglesia, como ya hemos visto, no sólo es con­tinuación de la sinagoga, sino que abarca también la reali­dad representada por el templo, desde la perspectiva de la Pascua de Cristo. De esta forma, hay dos nuevos factores que se introducen en la música de la -Iglesia: la libertad ar­tística va a reivindicar cada vez más espacio en el servicio litúrgico; la música de la Iglesia y la música profana ahora se compenetran, tal y como queda patente, sobre todo, en las llamadas misas espectáculo, en las que el texto de la misa está subordinado a un tema, a una melodía, que se apoya en la música profana, de modo que para los oyentes podría incluso sonar como una canción popular pegadiza.
Es evidente que las perspectivas abiertas por la creati­vidad artística y los motivos profanos traían consigo, inevi­tablemente, un peligro: la música no surge ya de la ora­ción, más bien se desliga de la liturgia, es más, apoyándose en la pretendida autonomía de lo artístico, se convierte en un fin en sí mismo, o abre las puertas a otras experiencias o sensaciones completamente distintas. Todo ello acaba por desposeer a la liturgia de su verdadera esencia. En este punto, el Concilio de Trenío intervino en la controver­sia cultural entonces vigente, y restableció la norma según la cual en la música litúrgica era prioritario el predominio de la palabra. Con ello limitaba, de manera sensible, el uso de los instrumentos y, por otro lado, establecía una clara diferencia entre la música profana y la música sacra. Pío X llevaría a cabo una segunda intervención, análoga a ésta, a principios del siglo XX.
La época del Barroco (de forma diferente en el territo­rio católico y el protestante) había vuelto a encontrar una asombrosa unidad entre la música profana y la música de las celebraciones litúrgicas, y había tratado de poner al servicio de la gloria de Dios toda la fuerza luminosa de la música, resultado de ese momento culminante de la histo­ria cultural. En la Iglesia podemos escuchar a Bach o a Mozart, y en ambos casos percibimos, de manera sorpren­dente, lo que significa gloria Dei, la Gloria de Dios. Nos encontramos frente al misterio de la belleza infinita que nos hace experimentar la presencia de Dios de una manera mucho más viva y verdadera de lo que podrían hacernos sentir muchas homilías. Sin embargo, también se anuncia en ello un peligro: la dimensión subjetiva y esa pasión que suscita están aún como contenidos por el orden del uni­verso musical, en el que se refleja el orden de la creación divina. Pero amenaza la irrupción del virtuosismo, la vani­dad de la propia habilidad, que ya no está al servicio del todo, sino que quiere ponerse en un primer plano.
Todo ello hizo que en el siglo XIX, el siglo de una sub­jetividad que quiere emanciparse, se llegara, en muchos casos, a que lo sacro quedase atrapado en lo operístico, recordando de nuevo aquellos peligros que, en su día, obligaron a intervenir a Trento. De forma semejante Pío X intentó, entonces, alejar la música operística de la liturgia, declarando el canto gregoriano y la gran polifonía de la época de la renovación católica (con Palestrina como figu­ra simbólica destacada) como criterio de la música litúrgi­ca. Así, la música litúrgica se ha de distinguir claramente de la música religiosa en general, igual que ocurre con el arte figurativo, cuyos criterios litúrgicos han de ser distin­tos a los del arte religioso en general. El arte en la liturgia tiene una responsabilidad muy específica y, precisamente por esto, se convierte en motor de la cultura que, en últi­mo extremo, se debe también al culto.
Tras la revolución cultural de los últimos decenios nos encontramos hoy ante un desafío que, sin duda alguna, no es menor que estos tres momentos de crisis que hemos visto al hacer nuestro bosquejo histórico: la tentación gnóstica, la crisis de finales de la Edad Media y principios de la Edad Moderna, y la crisis a principios del siglo XX, que constituyó el preludio de las cuestiones aún más radi­cales del presente. Tres fenómenos recientes ponen de manifiesto las dificultades con las que se debe enfrentar la Iglesia en el campo de la música litúrgica.
En primer lugar está el universalismo cultural que la Iglesia ha de ser capaz de demostrar, si quiere superar de­finitivamente las fronteras del espíritu europeo. La dificul­tad está en cómo ha de ser la inculturación en el campo de la música sacra, para que, por una parte, pueda garantizar­se la identidad cristiana, y por otra parte, pueda desarro­llarse su carácter universal.
Los otros dos fenómenos están ligados a la evolución de la música como tal: inicialmente tienen su origen en Occidente, pero, gracias a la globalización de la cultura, afectan desde hace tiempo a toda la humanidad. El prime­ro es la llamada «música clásica» que —salvo escasas ex­cepciones— se ha ido circunscribiendo a una especie de gueto, al que acceden únicamente los especialistas, e in­cluso ellos, en ocasiones, lo hacen con sentimientos y pre­disposiciones diversas.
El otro sería la música de las masas, que se ha desliga­do de este fenómeno y ha emprendido un camino diferen­te. Dentro de ella está, por un lado, la música pop, cuyo soporte, desde luego, ya no es el «pueblo» (pop), en su antiguo sentido, sino que va ligada a un fenómeno de ma­sas, es producida de un modo industrial y puede definir­se, en último extremo, como un culto a lo banal.
La música rock es, frente a eso, expresión de las pasiones elementales, que en los grandes festivales de esta música han adoptado un carácter cultual, es decir, de un contra­culto, que se opone al culto cristiano. Quiere liberar al hombre de sí mismo en la vivencia de la masa y en la vibración provocada por el ritmo, el ruido y los efectos luminosos. Eso lleva al que participa en ella, mediante el éxtasis pro­vocado por el desgarramiento de los propios límites, a hundirse en la fuerza primitiva del universo.
La música de la sobria embriaguez del Espíritu Santo parece tener pocas posibilidades allí donde el yo se con­vierte en una cárcel y el Espíritu en una cadena. Al mismo tiempo, la ruptura violenta con uno y otro aparece como la verdadera promesa de liberación que uno cree poder saborear al menos por un instante.
¿Qué es lo que hay que hacer? Con más evidencia que en el arte figurativo, la ayuda no puede basarse en recetas teóricas, ha de partir, más bien, de la renovación interior. No obstante, quiero intentar resumir, a modo de conclu­sión, los criterios que han ido apareciendo ,a lo largo de nuestra reflexión sobre los fundamentos internos de la música sacra cristiana.
La música litúrgica cristiana se define por su relación con el Logos en un triple sentido:
1) Remite a los momentos de la actuación de Dios atestiguados por la Biblia y presentes en el culto. Una ac­tuación que sigue en la historia de la Iglesia, pero que tie­ne su centro inmutable en la Pascua de Jesucristo —en su cruz, resurrección y ascensión—. Esta intervención histó­rica de Dios abarca también los acontecimientos salvíficos del Antiguo Testamento, así como la experiencia de salva­ción y la esperanza de la historia de las religiones, inter­pretándolas y conduciéndolas a su plenitud.
En la música litúrgica, basada en la fe bíblica existe, en gran medida, una clara primacía de la palabra; es una for­ma más elevada de predicación. Procede, en último extremo, del amor que responde al amor de Dios que se hizo carne en Cristo, al amor que por nosotros se entregó hasta la muerte. Puesto que, incluso después de la resurrección, la cruz no es en absoluto un acontecimiento del pasado, este amor se caracteriza siempre por el dolor ante el ocul-tamiento de Dios, por el grito que surge desde lo profun­do de la necesidad —Kyrie eleison— por la esperanza y la oración. Pero, dado que este amor siempre puede experi­mentar la resurrección como verdad, a modo de antici­pación, implica también la alegría del sentirse amado, ese gozo interior con el que Haydn decía sentirse transporta­do cuando ponía música a los textos litúrgicos.
La referencia al Logos significa, ante todo, referencia a la palabra. De aquí se deriva en la liturgia, el predominio del canto sobre la música instrumental (que de ningún modo ha de ser excluida). Así se entiende que los textos bíblicos y litúrgicos sean las palabras determinantes, que marcan los criterios que deben orientar la música litúrgi­ca. Lo cual no se opone, en modo alguno, a la creación de «nuevos himnos», sino que los inspira y constituye la ga­rantía del fundamento y la íiabilidad de ese sentirse ama­do por Dios, es decir, de la redención.
2) San Pablo nos dice que nosotros no sabemos pedir lo que conviene, pero que el Espíritu mismo intercede por nosotros «con gemidos inefables» (Rom 8,26). La ora­ción, en cuanto tal y, de un modo particular, el don del canto y del sonido que va más allá de la palabra, es un don del Espíritu, que es el amor, que obra el amor en nosotros y que nos incita a cantar. Pero ya que es el Espíritu de Cristo que «tomará de lo mío» (Jn 16,14), el don que de El procede, y que va más allá de toda palabra, está referi­do, precisamente por eso, a la palabra, al sentido que crea y sostiene la vida, Cristo. Se superan las palabras, pero no la Palabra, el Logos. Esta forma más profunda es la segúnda forma de referencia al Logos de la música litúrgica. Éste es el significado en el que se piensa cuando, en la tradi­ción de la Iglesia, se habla de la sobria embriaguez que el Espíritu Santo obra en nosotros. De todas formas existe una sobriedad última, una racionalidad más profunda, que se contrapone a la caída en lo irracional y la desmesu­ra. Lo que ello supone en la práctica, puede concretarse partiendo de la historia de la música.
Lo que Platón y Aristóteles escribieron sobre la música pone de manifiesto que el mundo griego de su tiempo te­nía que elegir entre dos tipos de imagen de Dios y del hombre y, más concretamente, plantearse la elección entre dos tipos fundamentalmente distintos de música. Por un lado está la música que Platón atribuye mitológicamente a Apolo, el dios de la luz y la razón, una música que atrae a los sentidos al interior del ^espíritu y que, de esta forma, conduce al hombre a la plenitud; una música que no anu­la los sentidos, sino que, más bien, los introduce en la uni­dad de la criatura humana. Eleva el espíritu precisamente al vincularlo a los sentidos, y eleva los sentidos en el mo­mento en el que los une al espíritu; de esta forma, expresa precisamente la posición privilegiada del hombre en el con­junto de la construcción del ser.
Existe, por otro lado, la música que Platón atribuye a Marsyas y que, nosotros, desde un punto de vista de la historia de la cultura, podríamos definir como «dionisía-ca». Es l^a que arrastra al hombre a la ebriedad de los sen­tidos, pisotea la racionalidad y somete el espíritu a los sentidos. La forma en que Platón (y con más medida Aris­tóteles) distribuye los instrumentos y las tonalidades a una y otra, está superada y puede resultarnos sorprenden­te en muchos aspectos. Pero esta alternativa, en cuanto tal, es la que se hace presente a lo largo de toda la historia re­ligiosa y aún hoy aparece ante nosotros de una forma completamente real.

La liturgia cristiana no está abierta a cualquier tipo de música. Exige un criterio, y ese criterio es el Logos. Según san Pablo, se puede discernir si se trata del Espíritu Santo o de un espíritu maligno por el hecho de que únicamente el Espíritu Santo nos mueve a decir: «Jesús es el Señor» (1 Cor 12,3). El Espíritu Santo nos conduce al Logos, a una música que está bajo el signo del sursum corda, de ese elevar el corazón. La integración del hombre hacia lo alto y no la disolución en la ebriedad sin sentido, o la mera sensualidad, es el criterio de una música conforme al Lo-gos, la forma de la logike latreia (la adoración conforme a la razón, al Logos} de la que hablamos en la primera parte de este libro.
3) La Palabra que se hizo carne en Cristo —el Logos— no sólo es una fuerza creadora de sentido para el indivi­duo o para la historia, sino que es el sentido creador del que procede el todo, el universo, y que encuentra su refle­jo en el universo —en el cosmos—. Por eso, esta Palabra nos saca del aislamiento individual para introducirnos en la comunión de los santos que abarca todos los tiempos y todos los lugares. Este es el «camino ancho» (Sal 31 [30] 9) en el que nos sitúa el Señor. Pero el radio de acción es aún mayor. Como ya hemos visto, la liturgia cristiana es siempre liturgia cósmica. ¿Qué significa esto en relación con nuestra pregunta? El prefacio, la primera parte de la plegaria eucarística, concluye habitualmente con la afir­mación de que nosotros cantamos junto con los Querubi­nes y Serafines, con todos los coros celestiales: «Santo, Santo, Santo». Con ello, la liturgia hace referencia a la vi­sión de Dios de Is 6. El profeta ve en el Santo de los San­tos del templo, el trono de Dios, protegido por los serafi­nes que se gritaban uno a otro diciendo el Sanctus: «Santo, Santo, Santo, el Señor de los Ejércitos, la tierra está llena de su gloria» (Is 6,1-3). Nosotros, al celebrar la Santa Misa, nos incorporamos a esta liturgia que siempre nos precede. Nuestro canto es participación del canto y la ora­ción de la gran liturgia que abarca toda la creación.
Entre los Padres fue, sobre todo, san Agustín quien in­tentó armonizar esta perspectiva, que es propia de la litur­gia cristiana, con la visión del mundo propia de la anti­güedad greco-romana. En sus escritos más tempranos acerca de la música se percibe aún la dependencia de la teoría musical de los pitagóricos. Para Pitágoras, el cos­mos estaba construido matemáticamente, como una gran estructura numérica. La concepción moderna de las cien­cias naturales, que dio comienzo con Kepler, Galileo y Newton, también recurrió a esta visión, haciendo posible, mediante la interpretación matemática del universo, la ex­plotación técnica de todos sus recursos. Para los pitagóri­cos, este orden matemático del universo (\cosmos significa «orden»!) era, de por sí, idéntico a la esencia misma de lo bello. La belleza surge del orden interior racional, una be­lleza que era para ellos no sólo visual, sino musical.
Goethe, al hablar del certamen coral de las esferas fra­ternas, vuelve a asociarse a esta idea, según la cual el or­den matemático de los planetas y su órbita lleva consigo un sonido oculto, que es la forma original de la música. Las órbitas son, por así decirlo, las melodías, los órdenes numéricos son el ritmo y las relaciones entre las distintas órbitas es la armonía. La música elaborada por el hombre debe ser escucha de la música interior del universo y sus leyes, enraizada en el «canto fraterno» de las «esferas fra­ternas». La belleza de la música reside en su correspon­dencia con las leyes rítmicas y armónicas del universo. La música humana es tanto más «bella» cuanto más se adapte a las leyes musicales del universo.
San Agustín hizo suya esta teoría para después profun­dizar en ella. Al insertarla en la visión del mundo propia de la fe debía traer consigo, a lo largo de la historia, una doble forma de personalización. Ya en su momento, los pitagóricos habían concebido la matemática del universo de una forma no puramente abstracta. Las acciones inteli­gentes presuponían, en la opinión de los antiguos, una in­teligencia que fuera su causa. Los movimientos inteli­gentes —matemáticos— de los cuerpos celestes no tenían, por tanto, una explicación puramente matemática, sino que podían comprenderse partiendo, únicamente, de que los astros estuvieran animados, y fueran, por tanto, «inte­ligentes». Para el cristiano, resultaba natural pasar de las divinidades astrales a los coros de los ángeles, que rodean a Dios e iluminan el universo. La percepción de la «músi­ca cósmica» se convierte, de este modo, en la escucha atenta del canto de los ángeles. La relación con Isaías 6 se convierte en algo obvio. Pero a ello se añade un paso ulte­rior por medio de la fe trinitaria, la fe en el Padre, en el Logas y en el Pneuma.
La matemática del universo no existe por sí misma ni puede explicarse —esto se entiende ahora— recurriendo a las divinidades astrales. Tiene un fundamento más pro­fundo, el Espíritu creador. La matemática procede del Lo-gos en el que están contenidos, por así decir, todos los ar­quetipos del orden cósmico, que El infunde en la materia gracias al Espíritu. En virtud de su función creadora, al Logas se ha llamado Ars Dei —arte de Dios (\Ars = Tech-ne\). El Logos mismo es el gran artista, en el que están pre­sentes, en su forma originaria, todas las obras de arte —la belleza del universo—. Participar en el canto del universo significa, por lo tanto, pisar por las huellas del Lagos j se­guirlo. Todo arte humano, si es verdadero, es aproxima­ción al «artista» por excelencia, Cristo, al Espíritu creador. La idea de la música cósmica, de acompañar a los ángeles en su canto, desemboca, una vez más, en la referencia del arte al Logos, pero de forma ampliada y profundizada respecto a su componente cósmico que, a su vez, dota al arte en la liturgia tanto de la medida como de la amplitud: la «creatividad» meramente subjetiva jamás podría abarcar una amplitud comparable a la que tiene el cosmos y su mensaje de belleza. Adaptarse a su medida no significa, por tanto, disminuir su libertad, sino ampliar su horizonte.
De ello resulta una última indicación. La interpreta­ción cósmica de la música siguió viva, con variaciones, hasta principios de la Edad Moderna. Se distancia de ella únicamente en el siglo XIX, porque le parece que la «meta­física» está superada. Hegel intentó interpretar la música exclusivamente como expresión del sujeto y la subjetivi­dad. Pero, mientras que en su obra sigue reinando la idea fundamental de la razón como punto de partida y meta del todo, en la obra de Schopenhauer se da un verdadero cambio de postura, que iba a tener grandes consecuencias para la evolución posterior. El mundo, en su fundamento, ya no es razón, sino «voluntad e imaginación». La volun­tad precede a la razón. Y la música es la expresión más original de la existencia humana, es la expresión pura que precede a la razón, expresión de la voluntad que crea el mundo. Por ello, la música no debe estar sometida a la pa­labra y sólo en casos excepcionales debe ligarse a ella. Puesto que es solamente voluntad, es más original que la razón, nos conduce antes que ella, es la verdadera causa primera de lo real.
Viene a la mente la reformulación que Goethe hizo del prólogo de san Juan, ya no sería «En el principio existía la Palabra», sino «En el principio existía la acción». En el si­glo XX este proceso continúa con la tentación de sustituir la «ortodoxia» por la «ortopraxis»; ya no existe una fe co­mún (porque la verdad es inalcanzable), tan sólo existe una praxis común. Frente a ello, resulta evidente en la fe cristiana algo que Guardini ha sabido exponer con gran claridad en su magistral obra El espíritu de la liturgia: la primacía del Logos sobre el ethos. Cuando se invierte esta primacía, el cristianismo como tal queda desquiciado.
Frente al doble cambio de coordenadas que la moder­nidad introduce en la interpretación de la música —la mú­sica como pura subjetividad y la música como expresión de la pura voluntad— está el carácter cósmico de la músi­ca litúrgica: nosotros cantamos con los ángeles. Este ca­rácter cósmico se fundamenta, en último término, en la re­ferencia al Logos de todo el culto cristiano. Echemos, aún, una breve ojeada al presente. La disolución del sujeto, de la que hoy somos testigos, junto con las formas radicales del subjetivismo, ha conducido al deconstructivismo, a la teoría de la anarquía en el arte. Todo ello quizás pueda ayudar a superar la desmesurada valoración del sujeto. Puede ayudar a reconocer nuevamente que es, precisa­mente, la referencia al Logos que existe desde el principio, lo que salva también al sujeto, es decir, a la persona, y la sitúa en su verdadera relación con la comunidad: relación que, en último extremo, se basa en el amor trinitario.
El contexto actual de nuestra época supone, sin duda, tal y como hemos visto en los dos capítulos de esta parte, un reto difícil para la Iglesia y la cultura de la liturgia. No obs­tante, no hay motivo alguno para el desaliento. Por una par­te, la gran tradición cultural de la fe tiene una enorme fuerza de presente: lo que en los museos puede ser únicamente un testimonio del pasado que se contempla con asombro y nos­talgia, en la liturgia se convierte en presente siempre vivo. Sin embargo, ni siquiera el mismo presente está condenado al silencio en la fe. Quien observe con atención se dará cuenta de que incluso en nuestro tiempo han surgido y sur­gen de la inspiración apoyada en la fe obras de arte muy sig­nificativas, tanto en el ámbito de las imágenes, como en el de la música (así como en el campo de la literatura).

También hoy, la alegría provocada por Dios y por el encuentro con su presencia en la liturgia constituye una inagotable fuerza de inspiración. Los artistas que se com­prometen a esta tarea ciertamente no tienen por qué con­siderarse como la retaguardia de la cultura, porque la li­bertad vacía que los otros dejan tras de sí, se harta de sí misma. El humilde sometimiento a lo que les precede es origen de la auténtica libertad y les conduce a la verdade­ra altura de nuestra vocación como seres humanos.

Nota:

1.  K. G. Fellerer (ed.), Geschichte der katholischen Kirchenmusik, Bárenreiter I, 1972; II, 1976. E. Jaschinski, Música sacra oder Musik im Gottesdienst?, Pus-tet 1990; G. Ravasi, II canto della rana. Música e teología nella Bibbia, Piem-me 1990; B. Forte, La porta della bellezza. Per un'estetica teológica, Morce-lliana 1999, sobre todo, 85-108. Me permito también remitir a los capítulos correspondientes de mis libros Fest des Glaubens y Ein neues Liedfür den Herrn.

sábado, 25 de junio de 2011

El esplendor de la Tradición en la Misa papal de San Marino

La Buhardilla de Jerónimo El Papa Benedicto XVI realizó, el pasado domingo, una visita pastoral a la diócesis de San Marino-Montefeltro, en la República de San Marino, donde celebró la Santa Misa, en una ceremonia que se destacó particularmente por el cuidado y la dignidad de la Liturgia. Presentamos la interesante entrevista que Messainlatino realizó al joven liturgista de la diócesis, que tuvo a su cargo la preparación de dicha ceremonia.
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Don Marco, ¿quiere tener la amabilidad de compartir con los lectores de Messainlatino sus observaciones generales sobre la celebración eucarística del domingo pasado? ¿El Papa ha apreciado?


¡Ha sido una jornada espléndida e inolvidable! Como Delegado para la Liturgia de la Visita del Santo Padre, se me permitió realizar, en sintonía con las indicaciones recibidas de la diócesis, algunas opciones bien precisas que, si bien podrían parecer pequeñas a los ojos de muchos, en realidad tenían un único objetivo: favorecer la educación en la fe del pueblo de Dios que se reuniría en torno al Sucesor de Pedro en una situación (un estado de fútbol) ciertamente no óptima.


Por los comentarios recibidos de las personas que entre ayer y hoy encontré, pienso que este objetivo ha sido alcanzado. Más allá de las realizaciones más o menos perfectas de tales opciones.


Pero, valga para todos, el comentario sincero y espontáneo del Papa que, al final de la celebración, dijo a Mons. Negri: “Excelencia, gracias por esta bella celebración y por la música que habéis elegido: ¡me parecía estar en casa!”.


La parte musical fue seguida (y en parte ejecutada) por un querido hermano, que supo combinar sabiamente las mejores tradiciones del canto litúrgico de la Iglesia: el gregoriano (las antífonas del Missale Romanum), los corales (como, por ejemplo, el “Te alabamos, Trinidad”, traducción de un canto alemán querido por el Papa) y la música instrumental (una Misa de Mozart).


En lo que respecta, en cambio, a las opciones hechas para la Santa Misa, nos hemos servido de jóvenes excelentes, provenientes tanto del Seminario de Bolonia como también de otros muchachos que normalmente ayudan en Misa, también en la forma extraordinaria: esto nos permitió estar seguros de los movimientos y tranquilos en lo que concierne a los gestos, que algunos podrán considerar como algo de poco valor, pero que creemos que son igualmente importantes que todo lo demás. Y de este modo, ver a todos los ministros hacer la inclinación, junto al Papa y los obispos concelebrantes, cuando era nombrado el nombre de Jesucristo, ha sido realmente conmovedor. También porque, más allá de que un muchacho pueda comprender determinados gestos, el hecho mismo de hacerlos lo ayuda a comprender.


No siendo todos seminaristas, había dado también indicaciones precisas sobre el modo de vestir: una persona me ha agradecido por haber visto “tantos sacerdotes vestidos como sacerdotes”.
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En los límites impuestos por el elástico Novus ordo Missae, ha habido ulteriores opciones litúrgicas realizadas por usted que han infundido fuertes elementos de continuidad tradicional en el rito, en plena adhesión, por otro lado, al diseño litúrgico restaurador del Papa Benedicto que, evidentemente por esto, se ha sentido “como en casa”.


¿Otras opciones? Hemos decidido que se rece el Canon Romano (en latín, como pide la Santa Sede) porque, además de considerarlo un signo de homenaje al Santo Padre, es ciertamente rico desde un punto de vista teológico. Las críticas no han faltado: “pero no se comprende, es demasiado difícil para la gente normal”. La respuesta que dimos, ciertamente un poco apresurada, es esta: “Bien, ¡de este modo estarán más atentos!”. Y debo decir que en aquel estadio, durante la Plegaria eucarística, ¡se han oído sólo las palabras de los concelebrantes y el sonido de la campana!


Hemos querido también que el altar realizado para la ocasión pudiese resaltar como lugar: se hizo de dos maneras. En primer lugar, utilizando un frontal muy antiguo y de valor, pero sobre todo poniendo sobre el altar siete candeleros muy preciosos con el Crucifijo en el centro. Debo decir, tal vez con una pizca de orgullo, que también aquí hemos logrado el objetivo, visto que muchos me han dicho que su mirada fue atraída por aquella belleza, fija en aquel punto. ¡Y estamos hablando, lo repito, de un estadio, no de una basílica romana!
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Es verdad que se trata de la diócesis de Mons. Negri pero… ¿no le han reprochado estas opciones?


En realidad, no pienso que mi comisión haya hecho opciones “excepcionales”: personalmente trato sólo de comprender las señales que nuestros Pastores, comenzando por el Santo Padre, están dando y han dado. Lamentablemente, fuera del coro unánime y positivo, algunos sacerdotes nos han reprochado haber “adornado el altar de ese modo”. A uno de ellos le respondí: “Puedo entender que a usted no le agrade (la contra-propuesta era poner dos candeleros pequeños de un lado y flores del otro) pero pienso que, como yo, debería al menos tener la humildad de hacerse dos preguntas: ¿por qué la indicación es hacerlo de esta manera? Y la segunda: siendo sacerdotes, ¿por qué nos resulta tan difícil comprender estas opciones?


Y aquí llegamos a la cuestión de la comunión. En particular suscitó perplejidades a algunos el hecho de que, en las moniciones preparadas, se hubiese añadido la siguiente frase: “La Comunión, según las disposiciones universales vigentes, será distribuida sólo y exclusivamente en la lengua…”. Un sacerdote me reprochó diciéndome que no podíamos decir algo así teniendo en cuenta que en Italia se puede recibir la Comunión en la mano. Le hice notar, sin embargo, que lo que se había dicho era correcto. De hecho, según las “disposiciones universales vigentes”, la Santa Comunión puede ser distribuida sólo en la lengua. Distinta es la situación en Italia (y en otros países) en donde, a través de un indulto de la Santa Sede y por pedido de las Conferencias Episcopales, se permite también recibirla en las manos. Además, y es este el caso, la opción de la Diócesis estaba bien ponderada a causa del carácter extraordinario de la situación…
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En efecto, es la primera vez, por lo que sabemos, en que se da un claro mensaje a los fieles y se los invita a recibir la comunión en la lengua (y, si es posible, de rodillas), dando también una sucinta catequesis eucarística y recordando la obligatoriedad de la previa confesión. Este es el texto difundido antes de la Misa: “Los fieles que, habiéndose confesado, se encuentran actualmente en estado de Gracia y que, por lo tanto, pueden recibir el Santísimo Cuerpo del Señor, se acercarán al ministro más cercano a ellos. La Comunión, según las disposiciones universales vigentes, será distribuida sólo y exclusivamente en la lengua, con el fin de evitar profanaciones pero sobre todo para educarnos en tener una cada vez mayor y más alta consideración del Santo Misterio que es la Presencial Real de Nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, no será permitido a nadie recibir la Comunión en las propias manos. Después de haber hecho la debida reverencia, adoraremos la Hostia que es sucesivamente apoyada sobre la lengua. Para quien no estuviese impedido por motivos de espacio o de salud, la Comunión puede ser recibida también estando de rodillas”. Explíquenos un poco.


El motivo de esta opción y la consiguiente prohibición de dar la Comunión en la mano surgió de dos reflexiones: la primera es contingente y es la de evitar que sucediese, como tantas otras veces, de encontrar en alguna subasta online las Hostias consagradas por un Papa; pero sobre todo deseábamos con este gesto que se pudiese ayudar al pueblo a comprender la sublimidad de tal Misterio y, por lo tanto, a tener un mayor respeto por él. Un sacerdote me dijo que “las manos no son ciertamente menos dignas que la lengua”. Esto es cierto, pero también es ciertamente más difícil que las Hostias caigan, ¡sobre todo en una situación particular como la Misa en un estadio! El pueblo ha entendido, ha apreciado y muchos han venido agradecer, ¡también de entre aquellos que no me lo habría esperado! Mirabile dictu!
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Pero no ha sido sólo la Misa del domingo, durante el viaje del Papa…


En Pennabilli, pocos tal vez lo han visto en directo, ha habido al menos una particularidad digna de mención.


Preparando el libreto del encuentro buscamos elegir los cantos de modo que tomáramos en consideración las propuestas que la Comisión de Pastoral Juvenil había hecho. De este modo, junto a Jesus Christ de Frisina, añadimos una canción de escucha que pudiera dejar a los jóvenes con la boca abierta: “Gloria a Dios”, de la Misa Criolla. Comprendo que ha sido una opción arriesgada incluso en un contexto para-litúrgico, pero al final el Santo Padre estaba tan conmovido que incluso aplaudió por la belleza del canto. Al final, un canto cielino a la Virgen: “Ave Maria, Splendor del Mattino”.


Al igual que en el óptimo almuerzo en la Casa San José (el lugar que nos hospedaba y donde luego reposó el Papa), hubo un dulcis in fundo. Se trató de un canto que, según el decir de un altísimo prelado presente en el atrio de la Catedral, mientras lo cantaba con todo el aliento posible, “no se escuchaba desde hacía muchísimos años”. ¡El canto ha sido nada menos que “Bianco Padre”!


Habría podido cambiar todo pero personalmente deseaba que pudiera ser cantado en vivo: ha sido extraordinario ver a cinco mil jóvenes (según los periódicos) cantar en la presencia del Papa este canto dedicado a él. Y pienso que, para la educación de nuestro pueblo, ha sido fundamental para comprender todo el amor que nosotros debemos tener por el “dulce Cristo en la tierra”.
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¿El Papa lo apreció?


El Papa estaba entusiasmado: cuando fue el momento de los saludos, me agradeció mucho por el trabajo realizado, diciendo que toda la jornada había estado caracterizada por la belleza (¿o Belleza?) que permitió vivir con oración y devoción esta visita que, incluso con la particularidad del huésped, ¡es siempre una visita pastoral!


Sólo puedo esperar que esta visita a San Marino-Montefeltro pueda servir de ejemplo (ciertamente no es el único y tal vez tampoco el mejor, aún si deseo que el “espíritu” haya sido el correcto) y permita dar un paso más hacia aquella sana visión teológico-litúrgica en la cual el Papa está tratando de educar a la Iglesia de Cristo. ¡Porque sólo de este modo el círculo hermenéutico entre lex credendi y lex orandi se puede realizar sin dificultades!
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