lunes, 19 de noviembre de 2012

La música sacra debe promover la fe y la nueva evangelización



ROMA, martes 13 noviembre 2012 (ZENIT.org).- El Vaticano II enseña que el canto sacro unido a las palabras es parte necesaria e integrante de la liturgia solemne, por que coopera justamente debido a su belleza, para nutrir y expresar la fe y por lo tanto a la gloria de Dios y a la santificación de los fieles. Esta es la finalidad de la música sacra.
Lo indicó Benedicto XVI este sábado pasado al recibir en el Aula Pablo VI a los participantes del congreso nacional de Scholae Cantorum, organizado por la Asociación italiana Santa Cecilia.
A ellos les agradeció su labor y recordó el papel de la música en conversiones como las de Agustín y Paul Clodel. Y les pidió empeñarse por mejorar la calidad del canto litúrgico, sin temor de recuperar y valorizar la gran tradición musical de la Iglesia.

*****
¡Queridos hermanos! Con gran alegría les doy la bienvenida, con motivo de la peregrinación organizada por la Asociación Italiana Santa Cecilia que cuenta con todo mi aprecio. Agradezco el saludo cordial de su presidente, así como a todos los colaboradores.
¡Con afecto les saludo a ustedes que pertenecen a las numerosas Scholae Cantorum de las diversas partes de Italia!
Estoy muy contento de conocerles y también de saber --como se ha recordado- que mañana [domingo 12 ndr.] participarán en la Basílica de San Pedro en la celebración eucarística presidida por el cardenal arcipreste, Angelo Comastri, ofreciendo naturalmente vuestro servicio de alabanza con el canto.
Este congreso se ubica intencionalmente en ocasión del 50 º aniversario del Concilio Vaticano II. Y con satisfacción he visto que la Asociación Santa Cecilia quiso así llamar vuestra atención a la enseñanza de la Constitución Conciliar sobre la liturgia, particularmente allí --en el sexto capítulo– que trata sobre la música sacra.
En este aniversario, como ustedes bien saben, he querido para toda la Iglesia un Año de la Fe especial, con el fin de promover entre todos los bautizados la profundización de la fe y el compromiso común de una nueva evangelización.
Por lo tanto, al encontrarles me gustaría destacar brevemente que la música sacra puede, sobre todo, promover la fe y también a colaborar en la nueva evangelización.
Sobre la fe, es natural pensar en el caso personal de san Agustín --uno de los grandes Padres de la Iglesia, que vivió entre el cuarto y el quinto siglo después de Cristo- a cuya conversión contribuyó significativamente y sin lugar a dudas, el haber escuchado el canto de los salmos, con himnos y liturgias presididas por san Ambrosio.
Si bien de hecho la fe nace del escuchar la Palabra de Dios –hay que escuchar por supuesto no sólo con los sentidos, sino hacer que de los sentidos pase a la mente y al corazón- no hay duda que la música y en particular el canto, pueden conferir a la recitación de los salmos y cánticos bíblicos mayor fuerza comunicativa.
Entre los carismas de san Ambrosio figuraba justamente una gran sensibilidad y capacidad musical, y él una vez ordenado obispo de Milán, puso este don al servicio de la fe y de la evangelización.
El testimonio de san Agustín, que en ese momento era profesor en Milán y buscaba a Dios, buscaba la fe, en este sentido es muy significativo. En el libro X de las Confesiones, su autobiografía, él escribe: "Cuando me vienen en mente las lágrimas que las canciones de la Iglesia me arrancaron a los inicios de mi fe reconquistada, y la conmoción que aún hoy me suscita no sólo el canto, sino también las palabras cantadas, si cantadas con una voz clara y con la debida modulación, reconozco de nuevo la gran utilidad de esta práctica" (33, 50).
La experiencia de los himnos ambrosianos era tan fuerte que Agustín los llevó grabados en la memoria y los citó a menudo en sus obras. Más aún, escribió una obra sobre música, De Musica.
Él afirma que no aprueba durante la liturgia cantada, la búsqueda de un mero placer sensible, si bien reconoce que la música y el canto bien hechos pueden ayudar a acoger la Palabra de Dios y a probar una emoción saludable.
Este testimonio de san Agustín nos ayuda a entender cómo la constitución Sacrosanctum Concilium, en línea con la tradición de la Iglesia, enseña que "el canto sacro unido a las palabras es parte necesaria e integrante de la liturgia solemne" (n º 112 ).
¿Por qué es "necesaria e integrante"? Ciertamente no por razones puramente estéticas, en un sentido superficial, sino por que coopera justamente debido a su belleza, para nutrir y expresar la fe y por lo tanto a la gloria de Dios y a la santificación de los fieles, que es la finalidad de la música sagrada (cf. . ibid.).
Precisamente por este motivo, me gustaría darles las gracias por los valiosos servicios proporcionados: la música interpretada no es un accesorio, o simplemente un adorno externo de la liturgia, pero la liturgia misma.
Ustedes ayudan a la asamblea a alabar a Dios, y a hacer descender su palabra en loprofundo del corazón: con el canto rezan y hacen rezar, y participan en el canto y la oración de la liturgia,que abarca toda la creaciónpara glorificar al Creador.
El segundo aspecto que propongo a vuestra consideración es la relación existente entre la música sacra y la nueva evangelización. La constitución conciliar sobre la liturgia recuerda la importancia de la música sacra en la misión ad gentes, e insta a potenciar las tradiciones musicales de los pueblos (cf. n. 119).
También y justamente en los países de antigua evangelización, como Italia, la música sacra --con su gran tradición que le es propia y que constituye nuestra cultura- puede realizar una tarea importante para favorecer el redescubrimiento de Dios, un nuevo acercamiento al mensaje cristiano y a los misterios de la fe.
Pensemos en la famosa experiencia de Paul Claudel, el poeta francés, que se convirtió al escuchar el canto del Magnificat durante las Vísperas de Navidad en la catedral de Notre-Dame de París: "En ese momento –escribe - ocurrió un evento que dominó toda mi vida. En un instante, mi corazón fue tocado y creí. Creí con una fuerza de adhesión tan grande, con un tal elevamiento de todo mi ser, con una convicción tan poderosa, con una certeza que no dejaba lugar a ninguna especie de duda. Y desde entonces ningún razonamiento, ninguna circunstancia de mi agitada vida ha podido sacudir mi fe ni tocarla”.
Y sin necesidad de incomodar a personajes famosos, pensemos cuántas personas fueron tocadas en lo profundo del alma escuchando música sacra; y más aún cuanto han sido atraídos nuevamente hacia Dios, debido a la belleza de la música litúrgica, como Claudel.
Y aquí, queridos amigos, ustedes tiene un papel importante: empéñense por mejorar la calidad del canto litúrgico, sin temor de recuperar y valorizar la gran tradición musical de la Iglesia, que en el canto gregoriano y la polifonía tiene sus dos mayores expresiones, como afirmó el Concilio Vaticano II (cf. Sacrosanctum Concilium, 116).
Y me gustaría hacer hincapié en que la participación activa de todo el Pueblo de Dios en la liturgia no consiste sólo en hablar, sino también en escuchar, acoger con los sentidos y con el espíritu la Palabra, y esto vale también para la música sacra. Ustedes que tienen el don del canto, pueden hacer cantar a los corazones de mucha gente durante las celebraciones litúrgicas.
Queridos amigos, espero que en Italia la música litúrgica tienda cada vez más alto, para alabar dignamente al Señor y para mostrar cómo la Iglesia es el lugar donde la belleza es de casa. ¡Gracias de nuevo a todos por este encuentro! Gracias.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Motu Proprio “Latina lingua”: el Papa instituye una Academia para promover el latín

Carta Apostólica en forma de Motu Proprio “Latina lingua” con la cual se instituye la Pontificia Academia Latinitatis


1. La lengua latina ha sido siempre tenida en altísima consideración por la Iglesia Católica y por los Romanos Pontífices, los cuales han promovido asiduamente el conocimiento y la difusión, habiendo hecho de ella la propia lengua, capaz de transmitir universalmente el mensaje del Evangelio, como ya es afirmado con autoridad por la Constitución Apostólica Veterum sapientia de mi Predecesor, el Beato Juan XXIII.


En realidad, desde Pentecostés, la Iglesia ha hablado y ha rezado en todas las lenguas de los hombres. Sin embargo, las Comunidades cristianas de los primeros siglos usaron ampliamente el griego y el latín, lenguas de comunicación universal del mundo en que vivían, gracias a las cuales la novedad de la Palabra de Cristo encontraba la herencia de la cultura helenista-romana.


Después de la desaparición del Imperio romano de Occidente, la Iglesia de Roma no sólo continuó valiéndose de la lengua latina, sino que se hizo, en cierto modo, custodia y promotora de ella, tanto en ámbito teológico y litúrgico, como en el de la formación y de la transmisión del saber.


2. También en nuestros tiempos, el conocimiento de la lengua y de la cultura latina resultan muy necesario para el estudio de las fuentes de las que se sirven, entre otras, numerosas disciplinas eclesiásticas, como por ejemplo, la Teología, la Liturgia, la Patrística y el Derecho Canónico, como enseña el Concilio Ecuménico Vaticano (cfr Decr. Optatam totius, 13). Además, en esta lengua están redactadas, en su forma típica, para evidenciar el carácter universal de la Iglesia, los libros litúrgicos del Rito romano, los documentos más importantes del Magisterio pontificio y las Actas oficiales más solemnes de los Romanos Pontífices.


3. En la cultura contemporánea se nota, sin embargo, en el contexto de un generalizado debilitamiento de los estudios humanistas, el peligro de un conocimiento cada vez más superficial de la lengua latina, incluso en el ámbito de los estudios filosóficos y teológicos de los futuros sacerdotes. Por otra parte, precisamente en nuestro mundo, en que ocupan tanto lugar la ciencia y la tecnología, se encuentra un interés renovado por la cultura y la lengua latina, no sólo en aquellos continentes que tienen las propias raíces culturales en la herencia grecorromana. Esta atención es muy significativa ya que no concierne solamente a los ámbitos académicos e institucionales, sino también a los jóvenes y estudiosos procedentes de naciones y tradiciones muy diversas.


4. Es, por eso, urgente sostener el empeño de un mayor conocimiento y un uso más competente de la lengua latina, tanto en el ámbito eclesial, como en el mundo más vasto de la cultura. Para dar relieve y resonancia a ese esfuerzo, resultan muy oportunas la adopción de métodos didácticos adecuados a las nuevas condiciones y la promoción de una red de relaciones entre las instituciones académicas y entre los estudiosos, con el fin de valorizar el rico y multiforme patrimonio de la cultura latina.


Para contribuir a alcanzar esos objetivos, siguiendo las huellas de mis venerados Predecesores, con el presente Motu Proprio instituyo hoy la Pontificia Academia de Latinidad, dependiente del Pontificio Consejo para la Cultura. Es dirigida por un Presidente, ayudado por un Secretario, nombrados por mí, y por un Consejo Académico.


La Fundación Latinitas, constituida por el Papa Pablo VI, con el Quirógrafo Romani Sermonis, del 30 de junio de 1976, se extingue.


La presente Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, con la cual apruebo ad experimentum, por un quinquenio, el único Estatuto, ordeno que sea publicada en L’Osservatore Romano.


Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 10 de noviembre del 2012, memoria de San León Magno, en el octavo año de Pontificado.


BENEDICTUS PP XVI


***


lunes, 22 de octubre de 2012

Festividad de Cristo Rey en La Plata



Con motivo de la festividad de Cristo Rey, el 28 de Octubre de 2012 a las 12hs, Su Excelencia Reverendísima Monseñor Antonio Baseotto celebrará la Santa Misa cantada según la forma extraordinaria del rito romano en la parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, ubicada en calle 75 entre 6 y 7, La Plata.

Una Voce La Plata

jueves, 16 de agosto de 2012

"Es difícil rezar en las Misas"


Salvem a Liturgia! reproduce unas breves declaraciones del padre Pedro Ferreira, Carmelita Descalzo y Director del Secretariado Nacional de Liturgia de la Conferencia Episcopal Portuguesa, en las que se lamenta de que rezar se haya convertido en algo muy difícil para los fieles en las celebraciones litúrgicas: "es muy difícil rezar con los cánticos que se cantan, y muy difícil rezar con las maneras con las que se celebra la liturgia hoy". Advirtió también de la tendencia a secularizar todo y retirar lo sagrado de la Liturgia: "muchos fieles quieren misas bonitas, folcklóricas, muy agradables, un espectáculo, pero para eso tenemos otras cosas. No se puede inventar la liturgia, ni el sacerdote puede hacer la liturgia como quiere". 
Considera el padre Ferreira que la falta de formación litúrgica es el mayor desafío de la Iglesia en Portugal: "hay mucha ignorancia y mucha falta de respeto en el interior de la Iglesia... Siempre que se impide que Cristo hable a la asamblea, y siempre que se impide a la asamblea rezar con Cristo al Padre, se le está haciendo un mal servicio a la humanidad". 
El sacerdote también se pronunció sobre los comentarios negativos que surgen cuando se discute el regreso a los antiguos rituales litúrgicos: "Se ha creado un ambiente de crítica, pensando que la jerarquía de la Iglesia es fundamentalista, que estamos volviendo al latín y a las ceremonias. Todo ésto es por falta de formación".

                                                                   Salvem a Liturgia!


sábado, 30 de junio de 2012

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI EN LA SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI

 
 


 Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 7 de junio de 2012


Queridos hermanos y hermanas:

Esta tarde quiero meditar con vosotros sobre dos aspectos, relacionados entre sí, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad. Es importante volverlos a tomar en consideración para preservarlos de visiones incompletas del Misterio mismo, como las que se han dado en el pasado reciente.
Ante todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia que también esta tarde viviremos nosotros después de la misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y al terminar. Una interpretación unilateral del concilio Vaticano II había penalizado esta dimensión, restringiendo en la práctica la Eucaristía al momento celebrativo. En efecto, ha sido muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo alimenta y lo une a sí en la ofrenda del Sacrificio. Esta valorización de la asamblea litúrgica, en la que el Señor actúa y realiza su misterio de comunión, obviamente sigue siendo válida, pero debe situarse en el justo equilibrio. De hecho —como sucede a menudo— para subrayar un aspecto se acaba por sacrificar otro. En este caso, la justa acentuación puesta sobre la celebración de la Eucaristía ha ido en detrimento de la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la santa misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y así se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como «Corazón palpitante» de la ciudad, del país, del territorio con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.
En realidad, es un error contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competición una contra otra. Es precisamente lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el «ambiente» espiritual dentro del cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. La acción litúrgica sólo puede expresar su pleno significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración. El encuentro con Jesús en la santa misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.
En este sentido, me complace subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido muchas veces en la basílica de San Pedro, y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes; recuerdo por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente a todos que estos momentos de vigilia eucarística preparan la celebración de la santa misa, preparan los corazones al encuentro, de manera que este resulta incluso más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: «Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando el nombre del Señor» (Sal 115, 16-17).
Ahora quiero pasar brevemente al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí, en el pasado reciente, de alguna manera se ha malentendido el mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana respecto al culto ha sufrido la influencia de cierta mentalidad laicista de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y sigue siendo siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y, sin embargo, de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sagrado ya no exista, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, «sumo sacerdote de los bienes definitivos» (Hb 9, 11), pero no dice que el sacerdocio se haya acabado. Cristo «es mediador de una alianza nueva» (Hb 9, 15), establecida en su sangre, que purifica «nuestra conciencia de las obras muertas» (Hb 9, 14). Él no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que sólo desaparecerán al final, en la Jerusalén celestial, donde ya no habrá ningún templo (cf. Ap 21, 22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede con los mandamientos, también más exigente. No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida.
Me complace subrayar también que lo sagrado tiene una función educativa, y su desaparición empobrece inevitablemente la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Christi, el perfil espiritual de Roma resultaría «aplanado», y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O pensemos en una madre y un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar campo libre a los numerosos sucedáneos presentes en la sociedad de consumo, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no obró así con la humanidad: envió a su Hijo al mundo no para abolir, sino para dar cumplimiento también a lo sagrado. En el culmen de esta misión, en la última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su Sacrificio pascual. Actuando de este modo se puso a sí mismo en el lugar de los sacrificios antiguos, pero lo hizo dentro de un rito, que mandó a los Apóstoles perpetuar, como signo supremo de lo Sagrado verdadero, que es él mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén.

Vatican.va